domingo, 23 de enero de 2011

Treinta y ocho y ciento

   Celebro con esta entrada dos circunstancias. Una de ellas es, como ya había anunciado en algún post anterior, que hoy he cumplido treinta y ocho añazos, para bien o para mal.
    Además, con este son cien los escritos que hasta ahora he publicado, también para bien o para mal. Aunque en este caso, no puedo dejar de decir que yo soy la única culpable de todo lo aquí escrito y que si ha habido más malo que bueno, a nadie puedo culpar porque todo lo que aquí he ofrecido ha sido fruto de mi mente calenturienta.


      Quien me lo hubiera dicho cuando empecé  ese once de agosto a contar mis desventuras en esta ventana que, cinco meses después, todavía estaría por aquí dando la lata al personal y escribiendo nada menos que el post número cien. Sé que he tenido temporadas más fructíferas que la de este último par de meses, pero tengo intención de enmendarme y dedicarle más tiempo y mis mejores neuronas, a continuar y mejorar en lo posible este blog que os ofrezco.
      De momento he decidido que, como quien no se consuela es porque no quiere, pues me he sacado de la manga una razón para este sea el año en que todo va a volver a subir y no me refiero a los precios, que no han dejado de hacerlo, sino a los ánimos (sobre todo), la buena suerte y las energías, todos ellos dones que tengo últimamente a bajo mínimos pero que tengo toda la intención de mejorar. Así que como cumplo 38 y 3+8 son 11, he decidido que este año 2011 en el que nos encontramos, ha de ser mi año. Porque yo lo valgo.
   Pues sí, nada menos que treinta y ocho años son los que ha transcurrido desde aquella mañana a eso de las siete y media, en la que mi madre pudo finalmente expulsarme del loft que me había montado en su útero y que llevaba desde el día anterior resistiéndome a abandonar. Pues según me ha contado mi señora madre, ya desde por la mañana tenía dolores y estaba segura de estar de parto, pero como estaba rodeada de padre y abuelos putativos primerizos, prefirió callarse la boca para evitar pasarse todo el día yendo y viniendo del hospital, del que estaba segura que le iban a echar si iba demasiado pronto.
     Ya por la tarde, se lo debieron notar en la cara o decidió ella que iba a dejar las heroicidades para Batman, no fuera a ser que acabara pariendo en casa (no tengo clara la razón real) y decidió informar a los contertulios de que si querían cenar, más les valdría prepararse unos bocatas, porque la cosa pintaba de que en casa no se cenaba.
     Una vez en el hospital le dijeron que de parto sí, pero que si esperaba llegar y besar el santo, casi mejor que se bajara a la capilla a ver si había alguna estatua del santo Job a la que estamparle un ósculo, porque íba a tener para largo.
    Y a fe mía que la paciencia le fue necesaria, ya que yo me hice esperar hasta la mañana, porque una no es ave nocturna y me levanto en horario de oficinas, como las personas decentes. Que de esta manera se aprovecha mejor el día. Y esto no me lo ha dicho, pero seguro que habiendo parido a esa hora, le dieron hasta de desayunar, lo cual puedo asegurar que después de un parto, se agradece enormemente, aunque sea un lastimoso café con galletas (porque lo que en realidad apetece después de tanta faena, es un bocata de txistorra).
    Y es así como llegué a este mundo. En una mañana de enero a la que supongo tan fría como la que hemos tenido hoy. Con casi tres kilos y medio y un test de apgar de 10, porque cuando nací era una chica diez, aunque los años me hayan hecho bajar la nota media, después de suspender alguna que otra evaluación. Pero cuento con los exámenes de recuperación y, dado que en esta escuela no esta permitido repetir curso, no voy a tener más remedio que aplicarme para superar los exámenes que me quedan.

2 comentarios:

  1. De 10 no, de matrícula de honor es mi sobri mayor preferida. Faltaría más. Y no repito.

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  2. Tú no sé si vas a contar tiíta, porque te hago la pelota con asiduidad y a lo mejor no cuela. Pero se agradece la intención.

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