domingo, 24 de octubre de 2010

¿Estresada? No, ¿qué te hace pensarlo?

    Vale, ya sé que estoy vaga, pero es que no me inspiro. Esto de tener que llevar los dos blogs y además trabajando, está pudiendo conmigo. Tengo la neurona sentada enmedio de mi cerebro, balanceándose adelante y atrás en pleno ataque de autismo. Que la pobrecita no está habituada a que le haga trabajar tanto y de un momento a otro se me va a declarar en huelga, porque está acostumbrada  a una vida de funcionaria, con cafetito a media mañana y esas cosas. Y esta huelga a la japonesa a la que la estoy obligando, me va a desembocar en un aneurisma que voy a flipar.
    Además, con eso de que me paso todo el día currando, no tengo tiempo para que me pasen cosas interesantes, fuera del trabajo quiero decir. Pero vamos, como seguramente a no mucho tardar, estrangularé a alguno de mis hijos, desde la cárcel ya tendré algo más de tiempo, y si se tiran el rollo y me prestan un ordenador, pues seguro que de la vida carcelaria se pueden sacar anécdotas de lo más entretenidas.
     Por lo pronto, y hasta que el parricidio sea efectivo, pues me entretendré contando el día tan relajadito que pasé el jueves, día en que se celebraba la reunión con el tutor de mi hijo. Para los que no lo sepan y los que lo sepan, pero no se acuerden, los jueves tengo entrenamiento de hockey con mi hija. Con lo cual, mi día resumido fue el que sigue.
    Me levanté a las seis y media para azuzar a mi hijo y que se diera un poco de prisa, porque la mitad de los días se levanta, se viste y se sienta a desayunar con los ojos cerrados, que ya le he intentado explicar que no es un buen método para despejarse, pero no hay nada que  hacer.
    Después de recoger un poco, ducharme, vestirme (entremedias de esto, desperté a mi hija), restaurarme la cara (en la medida de lo posible, milagritos a Lourdes) y casi arrastrar a mi hija fuera de la cama, para que se vistiera. A las nueve menos cinco salimos de casa hacia el colegio y de allí a trabajar.
     Como ya sabéis, mi trabajo no es de estar sentada, precisamente y aunque tengo algunos días, en los que por la situación de las zonas de trabajo, me tengo que mover más en coche, el jueves no fue uno de esos días y, sobre todo por la tarde, me tocó quemar suela hasta casi las cinco de la tarde, hora en la que fui a recoger a la benjamina.
     Mi hijo sale de la academia a las cinco y media y el hockey empieza a las seis, así que la idea era ir primero a casa, y mientras mi hija se equipaba, yo quería cambiarme de ropa y preparar las meriendas. Pero en la puerta del colegio me encontré a la tutora de mi hija, que me enganchó hasta las cinco y media. Así que me tuve que ir directamente a por mi hijo a la academia, ir corriendo a casa a que  mi hija se pusiera las ruedas, mientras yo me quitaba la ropa de trabajo y cogía al vuelo algo para merendar.
    Salimos de casa a toda leche, y nos dirigimos al polideportivo emulando a Fernando Alonso, porque había quedado en llegar pronto para quedarme con mi sobrino pequeño, porque el mayor tenía reconocimiento médico a las seis. Llegué a las seis menos dos minutos y mientras casi tiraba a mi hija del coche para que se fuera rodando a entrenar, enganché al enano mientras su padre salía disparado con el otro a su cita médica. Después nos fuimos al parque con el peque y esperamos a su padre todo lo tranquilos que se puede estar con la versión masculina de mi hija, o sea, nada.
     A las siete, ya había venido el padre de la criatura y salió mi hija del hockey, así que volvimos a salir corriendo para llegar a casa y organizar la cena, porque yo había quedado en recoger a mi pandi de mamás a las siete y media, porque aunque la reunión de padres era a las ocho y media, en algún momento decidimos que no teníamos nada que hacer (se ve que me debió dar algún ictus, o algo), y habíamos decidido ir antes a la reunión de la APA (me niego a llamarla por el actual nombre mafioso).
     Conseguí salir a tiempo para llegar a recoger a todo el mundo y llegamos al instituto,  demasiado pronto claro, con la sana intención de tomarnos un cafetito relajante, pero naturalmente la cafetería estaba cerrada, así que nos quedamos con las ganas. Fuimos a la reunión, sólo para darnos cuenta de que no íbamos a poder participar en nada (vamos, es lo que me faltaba) y  nos subimos a la reunión con los tutores.
      Como ya comenté el otro día, el tutor de mi hijo es un señor encantador, de una ingenuidad que hace que me dé lástima quitarle la ilusión de pensar que ha encontrado en mi hijo un icono de bondad. Pero prefiero abrirle los ojos ya, porque si no cuando los abra por si mismo es muy posible que del disgusto se me haga el harakiri con un compás. Y no me parece una imagen adecuada para unos niños, que les puede dar ideas, y ninguna buena. 
     

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