lunes, 13 de diciembre de 2010

Baja el palo!!!

     Empieza la semana pospuente y, como suele ocurrir, porque a lo bueno nos acostumbramos todos rápido, tengo un bajón físico y moral, de no te menees.      Además, este ha sido un fin de semana de descanso relativo y claro, eso se nota, al menos yo que soy fiel defensora de los findes de cuatro días, uno para recuperarse de la semana anterior, dos para divertirse y otro para mentalizarse de cara a la semana siguiente.

     La razón del poco descanso  de este fin de semana ha sido el segundo partido, este sí oficial, de mi patinadora favorita. Y os estaréis preguntando que como puede ser posible que haya acabado cansada si quien juega es la niña. Pues la razón es muy sencilla y se resume en las casi cuatro horas de autobús que nos tuvimos que chupar para llegar al sitio dónde jugaban el partido y que implicó coger el autobús a las cinco de la mañana y por consiguiente, levantarnos a las cuatro.
    Esto significó que el viernes cuando llegué de trabajar, me tuve que poner a preparar la bolsa de ropa de los niños que les tocaba pasar el finde con su padre y aunque la skater se quedaba conmigo esa noche, el primogénito sí dormía fuera y había que vestirle. Cuando iba a llevarle a casa de sus abuelos, me llamaron para avisarme de que no estaban en casa sino en el bar que regenta el padre de las criaturas y que les llevara allí al txurumbel. Naturalmente, como una es mudita y cuesta tanto convencerme para que me tome un cafetito, al final se me hizo tarde y llegué a casa casi a las ocho de la tarde. Que ya sé que no es que sean altas horas de la madrugada, pero cuando te tienes que levantar a las cuatro puedo asegurar que no es temprano, tampoco. Además tenía que preparar los sandwiches para el día siguente, porque íbamos a estar todo el día por ahí y no están las economías como para andar comiendo por ahí. Aparte de que no teníamos ni idea de qué nos íbamos a encontrar allí y si habría aunque fuera una cafetería.
     Al final a eso de las nueve y pico, conseguí convencer a mi hija de que había que acostarse pronto y nos fuimos a dormir, de forma que cuando sonó el despertador a las cuatro por lo menos habíamos conseguido dormir unas horitas. En el autobús apenas pudimos dormir, pero eso es algo que creo que podremos remediar en el futuro, si seguimos el ejemplo de los veteranos del equipo que iban cargados de almohadas y en cuanto arrancamos se instalaron a roncar como hipopótamos.
    Los pekes fueron los primeros en jugar y a los primeros que zurraron porque, excepto a los alevines, a los demás les dieron candela y perdieron, aunque debo decir que todos ellos con honor y currándoselo. Mi hija se pasó el primer tiempo con cara de flipada en medio del campo, mirando de un lado a otro y sin enterarse de nada de lo que pasaba a su alrededor.    Afortunadamente, durante el segundo tiempo se espabiló algo y estuvo más pendiente del juego y lo que tenía que hacer. Aunque le he descubierto un grave problema que no sé si catalogar como sordera o autismo. Resulta que les tienen dicho que deben tener siempre el palo posado en el suelo, supongo que por ahorrar tiempo porque no es lo mismo mover el palo, que bajar el palo y luego moverlo que son dos movimientos e implica más tiempo. Esto es algo que mi hija no acaba de asimilar y normalmente tiene el palo subido hacia arriba, por lo que en un momento en el que estaba bastante cerca mío, le grité que bajara el palo para recordárselo. En vista de que no me oía (al parecer), un papá que estaba conmigo también le gritó que bajara el palo para ver si a él le oía, pero parece ser que no fue suficiente porque ni se inmutó. No se inmutó entonces, ni lo hizo cuando un minuto después la mitad de la gente que había en las gradas del pabellón, es decir, todos los de nuestro equipo le gritaban a pleno pulmón que bajara el palo y ella lo mantuvo en alto, como si de ello dependiera el futuro de la humanidad.
     Después del partido de mi hija, se jugaron otros tres partidos más. Con lo cual eran más de las tres de la tarde cuando cogimos el autobús de vuelta para casa y  volvimos a soportar las casi cuatro horas, esta vez más amenas al ser de día y llevar el vídeo del autobús en marcha, aunque la peli (Somos los mejores II) fuera un coñazo soberano.
     Llegamos a las siete y pico de la tarde y una vez dejé a Rayman en casa de sus queridos abuelos, me fui a la mía a meterme en la cama  a dormir, que una ya no tiene edad para estos excesos. Aunque mucho me temo que esta no va a ser la última excursión de este tipo que me espera este año, porque por desgracia mi hija ha ido a elegir un deporte que no juega nadie cerca de donde nosotros vivimos y todos nos pillan en el quinto pimiento. Afortunadamente este finde jugamos en casa.
    Así que nada, el domingo me tocó hacer trabajo que tenía atrasado de otros días y como cada vez me devuelven a los txurumbeles más pronto,  cuando me quise dar cuenta ya los tenía aquí preguntándome que íbamos a cenar (que lo suyo es obsesión con las comidas, siempre igual). Con lo cual, prácticamente no me he enterado del fin de semana, lo que ha provocado que esta mañana me haya levantado con el ánimo a la altura del betún y la terrible certeza de que el hecho de que la semana acabe de empezar, no va a ayudar precisamente a levantarme la moral.
    Pero bueno, como soy de natural positiva, voy a intentar ver lo mejor de este día, que es el hecho de que ya acaba, lo cual resta una jornada a las que faltan para el próximo fin de semana. Además ha ocurrido algo que no sé si calificar de milagro o alucinación (esto lo sabré con seguridad mañana con el torrente sanguíneo limpio), porque hoy mi hijo, el de las matemáticas suspensas en junio, me ha traído una nota de parte del profesor que le imparte dicha asignatura, en la que se le felicita por su constancia en el trabajo. Anonadada estoy.

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