lunes, 15 de noviembre de 2010

Alucina, vecina...

    Hoy es lunes, como supongo que ya habréis notado. Y como cualquier lunes, me he levantado con esa sensación de que los fines de semana son cada vez más cortos, y con la firme intención de reivindicar en algún sitio, la necesidad de hacer ver al Gobierno,  la incorrección de la organización semanal, en la que hay cinco días laborables y sólo dos de asueto, cuando claramente, debería ser al revés.
   Aunque hoy me he levantado con un ánimo bastante más alegre que el que tuve durante toda la semana pasada, no he salido de casa con grandes esperanzas, ya que, en los tiempos en los que estamos, el día quince ya es fin de mes y el personal se agarra a un clavo ardiendo, para no comprarte nada.
    Sin embargo, la primera en la frente, he ido a ver a una clienta, mi primera clienta para más señas, a la que no tenía muchas esperanzas de venderle nada más en una temporada, dado que hace un par de semanas había ido a visitarla y no había vendido casi nada. Y resulta que, aunque no es que haya vendido una barbaridad, sí ha sido suficiente para pedirme una cajita, que me ha alegrado la mañana, sobre todo por el hecho de que no tenía demasiada confianza en que fuera a ser una clienta de continuidad. Una vez más, me he equivocado, por fortuna.
    El resto del día ha sido un paseo, sumamente aburrido, por un montón de sitios en los que prácticamente no me han hecho caso y donde, lo más que he conseguido, han sido unas cuantas promesas para el futuro, en las que no sé muy bien si creer.
    Finalmente, hoy he hecho un enésimo intento por hablar con un cliente al que llevo persiguiendo sin éxito desde el primer día (y cuando digo el primer día, va totalmente en serio), y que por hache o por be, me iba dando largas, hasta que ya me he plantado y he ido mentalizada de que hoy hablaba conmigo por narices.
     No sé si habrá sido la personalidad arrolladora de la que he hecho gala, o que le he pillado con la guardia baja (lo más probable), pero hoy se ha parado a hablar conmigo y he aprovechado para soltarle la retahíla habitual esperando que hiciera efecto. Por la cara que ha puesto, no tenía la cosa mucha pinta de cuajar, así que he seguido pinchando hasta llevarle al punto de que, para quitárseme de encima, me pidiera aunque fuera una cajita de algo. Y la verdad es que tal y como me ha hecho el pedido, esa ha sido la impresión que ha dado, pero aquí se ha visto quien maneja pasta y quien no. Porque aquí el hombrecillo, para librarse de mí, me ha pedido nada menos que cuatro cajas y se ha quedado tan fresco.
     Le he tomado el pedido, intentando no desmayarme antes de salir, que la imagen es muy importante. Y luego he salido disparada para el coche, al tiempo que  me hacía un auto masaje cardíaco para que no me diera un soponcio, mientras me iba para el colegio, que ya era la hora de recoger a mi fiera. Allí he esperado a que llegara mi jefe para darle el parte del día. Y que puedo decir, si casi se le saltaban las lágrimas a la criaturita. Es que cuando me pongo, soy una máquina, pero aún así, alucinando estoy.

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