lunes, 27 de septiembre de 2010

La pieza inamovible

   No solía ser muy conveniente hablarle demasiado cuando se levantaba, y por eso, le saludábamos despacito, por si las moscas, e íbamos tanteando a ver cuanto tardaba en despejarse lo suficiente, para que no peligrase nuestra vida, o  alguna parte de nuestra anatomía. Aunque con los años, se le está limando la mala leche mañanera, y últimamente, hasta te sonríe. Pero no nos confiamos.
   Aunque de niña se vio favorecida por una buena educación, en colegios de categoría. A medida que van pasando los años, su comportamiento ha ido degenerando, hasta el extremo de que podría, y sin despeinarse, hacer enmudecer por falta de argumentos a cualquier miembro del Congreso de los Diputados (o sea, de lo peorcito y más chabacano de la sociedad).
   Evidentemente, los que no sean de mi familia, no saben de quien estoy hablando. Pero los que sí lo son, no creo que a estas alturas, alberguen ninguna duda, de que me refiero a mi queridísima tía.
    Y cómo describir a una persona que, cuando éramos más jovencitos, era capaz de intentar hacernos ver, lo poco afortunado de algunos de nuestros comportamientos, por ser poco acordes con las buenas costumbres; al mismo tiempo que metía un dedo en el vaso, para comprobar si la leche estaba caliente.
   Es complicado, no voy a negarlo, obviar todo lo anteriormente narrado, para dar una buena imagen de ella. Pero voy a hacer un gran esfuerzo, para recordar como, por poner un ejemplo, cuando sabíamos que iba a venir a visitarnos (vivimos en diferentes comunidades), podíamos esperar durante horas (y no exagero), hasta ver aparecer el coche. El cual, no puedo evitar contar esto, llegaba siempre al menos una hora más tarde de lo previsto. Porque siempre, absolutamente siempre, se perdía para venir a mi casa.
   Y hemos ido "Camino Soria" y visitado la "Escuela de calor", mientras íbamos a la playa en su coche, con las ventanas abiertas, y aspirando el aire, hasta que nos llegaba el olor a mar, y sabíamos que estábamos llegando.
    Y he abierto, cientos de veces las puertas del armario de su habitación, para ver las pegatinas que hay en la cara interior. Pegatinas, que ella iría pegando, cuando era una criaja de, posiblemente, la misma edad que tenía yo cuando examinaba una por una las pegatinas, preguntándome de dónde habría sacado cada una, y cuánto tiempo llevaban allí.
   Y cada año, hemos ido o ha venido. Y cuando hemos ampliado nuestras familias, ha ido recibiendo a todos los que llegaban, grandes y pequeños. Y aunque a veces refunfuñe un poco más de la cuenta, siempre, desde que tengo uso de razón, ha estado siempre ahí, para todos, inamovible. Es nuestra tiíta. 

1 comentario: