lunes, 14 de marzo de 2011

Once años

     Hoy estamos de cumpleaños. Mi bruja cumple once añazos, aunque parece mentira que haya pasado tanto tiempo desde que le vi la cara a mi fuente inagotable de ataques de histeria.
    Yo siempre he pensado que, así como los hombres disfrutan enormemente contando sus batallitas de la mili (a los que les pilló, claro). Nosotras tenemos nuestras propias batallitas, solo que en vez transcurrir en garitas de guardia y cantinas, suceden en salas de dilatación y paritorios.
    Paso pues a relatar mis recuerdos de los meses transcurridos hasta tan señalado día, y como aconteció el momento de la llegada al mundo de mi hiperactiva hija. Creo que después de narrar algunos detalles del embarazo, se comprenderá las causas de tal hiperactividad.
    El embarazo fue un poco accidentado. Pasé dos divertidos meses, durante el primer trimestre, vomitando todos los días, a cualquier hora y sin poder evitarlo de ninguna manera.
   Durante el sexto mes de embarazo tuvimos un accidente de coche, de esos con vueltas de campana y en el que acabé cabeza abajo. Pero afortunadamente, sin más repercusiones que una cicatriz en la sien, un collarín y magulladuras varias por todo el cuerpo. Quiero dejar claro que no era yo la conductora, sino el donante de esperma, que salió del percance con sólo un corte en una oreja.
    Unos días después del accidente, yendo a una revisión médica (aún llevaba el collarín), resbalé con las hojas caídas de los árboles y fui a parar al suelo con toda la panza. Y aún hubo otra vez, que resbalé con el suelo mojado del cuarto de baño y volví a caerme.
    Vamos que más que un útero, la suite de mi hija parecía una coctelera y eso explica que me haya salido tan zumbada la criaturita que, con tanto bote, bastante bien ha salido.
    Oficialmente salía de cuentas el día 5 de marzo, pero se ve que a la señorita la montaña rusa en la que vivía le estaba gustando, porque se negaba a salir. Lo que hizo que los médicos se vieran obligados a programar el día 14 a las 9 de la mañana, para provocarme el parto y sacarla de una vez por todas.
     Pero mi hija, como ya ha demostrado ampliamente después, siempre ha hecho lo que le ha dado la gana. Y aunque eran casi las doce de la noche cuando me acosté el día 13, con la inolvidable sentencia de mi suegra "menos mal que te la sacan mañana, porque con esa tripa tan alta que tienes, tú no pares sola"; a la una y poco de la madrugada me despertaron las contracciones que nos hicieron salir zumbando para el hospital.
     Me ingresaron, haciéndome saber que estaba de parto (que sorpresa) y me pusieron a pasearme por el pasillo de la zona de dilatación, escuchando a otras parturientas gritando como si les estuvieran haciendo una maldición "cruciatus" (véase Harry Potter).
     Después de una hora de tour, decidieron que ya podía tumbarme a sufrir con comodidad y me dejaron allí tirada viniendo de vez en cuando a ver como llevaba el tema dilatación mientras yo me retorcía de dolor, poniéndome a parir (nunca mejor dicho, jeje) a mi misma, por mi mala memoria en materia de partos, cuando no hacía ni dos años que había tenido el anterior.
    Por fin dilaté lo que tenía que dilatar y me dijeron que podía ir empujando con cada contracción, avisándome de que me lo tomara con calma porque iría para largo. Pero yo, que ya había parido una vez y que además no tenía la intención de sufrir más tiempo del estrictamente necesario, a la primera contracción pegué un empujón que un poco más y me sale la niña disparada. Le dije al futuro papá, que hiciera el favor de avisar a las enfermeras de ya estaba la niña lista para salir y él me recordó que la enfermera había dicho que iba a tardar. Intentando no estamparle un puñetazo allí mismo y con toda la calma que me fue posible, le dije que ya sabía yo perfectamente lo que había dicho la enfermera, pero que si no quería asistir él mismo el parto, más le valía avisar a la enfermera. Lo cual hizo, pero casi pidiéndole disculpas.
    Supongo que por la actitud tan decidida que notó en mi entonces marido, la enfermera entró meneando la cabeza y diciendo un "ay que ver como sois, si ya te he dicho que esto va a tardar.......", mientras se asomaba a la zona cero y acto seguido gritaba "...es morena...¡¡¡corred!!!". Avisándome de que no empujara si quería llegar hasta el paritorio.
    Aguanté como pude (cualquiera que haya parido sabe lo difícil que es dejar de empujar en ese momento) lo justo para que me tumbaran en la camilla y me pusieran los pies en los estribos. Cuando entró el padre con los patucos y el gorro, ya había salido la cabeza de un empujón y con el segundo salió el cuerpo.
    Y ahí estaba. Después del embarazo-gimkana que había tenido, al menos el parto fue fácil y la enana salió redondita y sin una marca en la cara. Mirándonos a todos con esos pedazo ojazos y berreando con la misma mala leche de la que ha estado haciendo gala durante once años.

Este era el número uno de los Cuarenta cuando nació.

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